momentos de letargo

Mabel Llevat (2003)

Algunas fotografías mostradas en la exposición de Arturo Montoto en el Pequeño Espacio son imágenes de una extraña sensibilidad, siendo completamente atípicas y fruto de mucha más audacia experimental que sus propias pinturas y que las fotografías de muchos autores del momento que utilizaban un lenguaje onírico hasta lo manido. Por otra parte, vemos en ellas latente un matiz más subjetivo, que las separa también del movimiento que se aunaba en torno a las aulas del ISA.

Aun cuando hoy prevalezcan las tendencias de pensamiento que optan por los asideros de interpretación para las obras de arte, en algunas ocasiones y en dependencia de las piezas, hemos preferido borrarles cualquier intento narrativo, olvidar el título para abstraerlas y adentrarnos en el misterio temporal, espacial y matérico que proponen. Suprimir sus intenciones conceptuales –las mejores fotografías de Montoto son aquellas más enigmáticas y menos explícitas– para disfrutar de esos momentos de letargo y despreocupación en que las cosas sencillas se vuelven profundas.

Se enriquece cualquier declaración cuando se reemplaza el tono afirmativo por el de una ambigüedad de la intención, el gesto del que no trasmite una verdad contundente, sino propone seguir los caminos de la distracción de su mirada, que va notando la fugacidad del tiempo, la impresión de huellas, la expresividad de la materia que se ordena y desordena en múltiples sensaciones acrónicas. Pero estas impresiones el artista trata de evocarlas con sobriedad, como atento a los peligros de un abuso de lirismo que raye en la sensiblería.  

El contexto se sugiere, no se hace explícito. El tiempo personaliza todas las cosas y lugares. El espacio es como en esos cuentos folklóricos donde un personaje recorre todo el mundo coleccionando vivencias, hasta llegar a su borde: la noción del fin del mundo, del límite como un lugar que detiene el tiempo y lo almacena en múltiples historias. Eso recuerdan las fotografías del hombre que, desde una bañera en lo alto de la montaña, le muestra al hijo el mundo, o aquella donde el rayo de luz último cae sobre una pelota de baseball arrinconada. En lugares “marginales”, de silencio, de reflexión, la idea protagónica de lo espacial es acentuada por las imágenes de la sombra, esa “forma” que representa el fluir de la vida, pero en una especie de submundo paralelo de calles, aceras, alcantarillas y escombros. Este es el juego, más que de interpretaciones, de sensaciones, que nos propone Montoto.

Las imágenes fotográficas tienen mucho que ver con ese acto de inventariar objetos y momentos que se presentan en la realidad. Y en este caso el espectador los recorre como invitado a leer los efectos y evocaciones de la materia representada con una riqueza o poética especial, que acentúa la impresión de entretenimiento con lo temporal. Así disfrutamos la belleza plástica de las manchas en la calle, muros, aceras, marcas de lo habitual, el hielo, la expresividad de las telas, cercas de alambre, nubes; los elementos conversando con las sombras y con lo inmaterial. 

La fotografía misma es un juego constante con el tiempo, junto con otras tendencias mucho más efímeras ha querido hurtar del pedestal sacrosanto del arte, la noción de su perdurabilidad como objeto inmutable más allá de la vida humana. Esta técnica artística –de gran éxito en el mercado actual- ha acortado considerablemente esa longevidad, desafiando la acción de expertos conservadores de la materia frágil y breve, aún cuando ya la digitalización se plantee la solución al problema. 

La fotografía ha venido a fundar sus estrategias técnicas en una vigilancia de velocidades: concebida para captar un instante y para ser revelada e impresa más tarde sobre el papel, en una práctica de medidas de tiempo.

Este artista en algunas de sus imágenes ha logrado una vigilancia inusual, ha logrado captar algo muy extraño que es ese azar de la ciudad y de las cosas. La manera en que se organizan los hábitos, se corroe la materia, se forman los patrones, los caminos, se colocan las puertas, las escaleras, se pintan los muros o las casas. En esos lugares, Montoto fue haciendo su laboratorio de improvisación y experimentación formal teniendo siempre presente que al final, como expresara Samuel Nunn, la ciudad no es sino eso que construimos en nuestras mentes.