El año Montoto

Leonardo Padura Fuentes (2004)

En los últimos cinco, siete años, la imagen visual del cubano ha sido invadida por unas frutas engañosas, quizás apetitosas, aunque de colores intrigantes; por unos objetos cotidianos, anodinos muchos de ellos, y siempre deteriorados por la pátina del tiempo; por libros y cuchillos, colocados en posiciones difíciles y ubicados todos –frutas, objetos, cuchillos y libros- en rincones urbanos que destilan misterio y sugerencias gracias a la profundidad obtenida por medio de una oscuridad insondable en la que se oculta algo, de momento invisible, pero que se presiente amenazador e inquietante.

El creador de estas imágenes es el pintor, grabador y fotógrafo pinareño Arturo Montoto (1953), que con su maestría, empeño e inconmensurable capacidad de trabajo ha logrado en un tiempo relativamente breve que su imaginería haya pasado a formar parte no sólo del ámbito pictórico cubano de hoy, sino de esa memoria visual de sus contemporáneos en la que se ha fijado, como un cuño de identidad. Y aunque algunos me puedan catalogar de exagerado, creo que los rincones urbanos de Montoto ya forman parte de esa visión de la ciudad, adheridas a nuestro subconsciente, donde también están los vitrales de Amelia Peláez, las ciudades de Portocarrero, los malecones de Roberto Fabelo.

Por encima de cualquier consideración pienso que Montoto ha conseguido su preeminencia porque es un artista: se trata de un hombre que vive de, por y para su arte. Pero, además, tocado por la muchas veces esquiva mirada del talento y acompañado por la virtud de la perseverancia, su trabajo plástico ha logrado escapar de los espacios limitados de los museos y galerías, para convertirse en referencia colectiva de una visión plástica de la ciudad y de nuestro tiempo con una fuerza que, necesario es decirlo, poco tiene que ver con un favorecido impulso institucional, sino con su esfuerzo y maestría.

Graduado de Master of Fine Arts en la especialidad de Pintura Mural del Instituto Estatal Súrikov de Moscú, en 1984, y luego de estadías en Chile y México, la irrupción vertiginosa de Montoto en el ámbito plástico cubano se produce en la década de los 90. Sin embargo, a través de todos estos años, el creador ha logrado montar treinta exposiciones personales y ha participado en casi un centenar de muestras colectivas, además de numerosas subastas y eventos relacionados con las artes plásticas. Además, una parte notable de su carrera, Montoto la dedicó también a la docencia, pues entre 1986 y 1993 impartió clases en el Instituto Superior de Artes de La Habana, donde llegó a ocupar la responsabilidad máxima del departamento de Pintura. 

Su obra, como era de esperar, ha obtenido varios reconocimientos, y muchas de ellas se encuentran en colecciones privadas y de instituciones en el mundo como en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, en el Lowe Art Museum en la Florida, Estados Unidos, y en los Museos del Vaticano en Roma.

Los que desde hace unos años seguimos los rumbos pictóricos de Arturo Montoto, hemos podido comprobar cómo su obra, sin perder el sello de identidad que la distingue y caracteriza, ha ido evolucionando hacia conceptos cada vez más expresivos, casi agresivos, aunque –y ésta es quizás su verdadera firma- sin renunciar a la limpieza de la representación, al cuidado extremo de las formas y los colores, a la belleza que en su caso no responde a los fáciles cánones de lo decorativo.

Quizás un examen de la presencia activa de la labor de Montoto a lo largo del último año pueda servir para ubicar su obra en la frontera misma de ese exclusivo territorio que es la madurez de un estilo personal. O, me atrevo a decirlo, del otro lado de la frontera, la más restringida parcela de la consagración artística…

Cuatro exposiciones fundamentales realizó Montoto en los últimos meses y en cada una de ellas dio un paso hacia la privilegiada posición que hoy detenta en el mundo de la plástica cubana. 

A finales del año 2003, y como muestra colateral de la 8va. Bienal de La Habana, Montoto inauguró en su natal Pinar del Río la muestra “Ámbitos silenciosos”, compuesta por once dibujos de su más reciente creación, realizados por la técnica del carbón comprimido sobre papel arche. Esta colección, que luego se presentaría en otros espacios, entre ellos el de la Galería de Arte Universal de Santiago de Cuba, ya advertía una vigorosa evolución temática y conceptual en la creación de un artista que, prescindiendo por ésta vez del color, hacía patente un dramatismo figurativo en sus piezas que alcanzaría toda su expresividad e intenciones en la muestra de óleos que montaría, en el mes de abril de 2004, en el principal espacio expositivo cubano: la sala transitoria del Museo Nacional de Bellas Artes.

Por esos mismos días, pero trocando el pincel por la cámara fotográfica, Montoto abría la muestra “Chiaroscuro”, donde exhibía una serie de instantáneas atrapadas a lo largo de varios años y en las que la luz, las densidades, las sugerencias eran los protagonistas de las piezas. Esta selección, inaugurada en el Pequeño Espacio del Centro Nacional de las Artes Plásticas, prolongaría incluso su vida al pasar, unas semanas después, al Salón del Palacio de Lombillo, donde se presentó también como oferta colateral de la 8va Bienal habanera.

De modo paralelo a su más importante exposición del año –en la cual me detendré más adelante- Montoto inauguró en el 2004 una exposición de grabados que, reunidos con el título de “Bajo presión” –integrado por obras realizadas entre 1999 y 2004-, tuvo su apertura en el mes de junio en la Galería de Grabado del Taller Experimental de Gráfica de La Habana, de donde viajaría en el mes de agosto hasta la Galería de Arte de Colón, en la provincia de Matanzas.

Ahora bien, sin obviar los indudables méritos presentes en las ya mencionadas muestras de dibujos, fotografías y grabados, pienso que la verdadera apoteosis de la creación de Montoto tuvo su evidencia en la exposición titulada “La lección de pintura”, un proyecto “pictórico-instalativo” que abarrotó de público la sala de exposiciones transitorias del museo Nacional de Bellas Artes cuando fue inaugurada el 2 de abril de 2004.

Compuesta por once telas de gran tamaño y una sugerente instalación titulada “El proceso”, obras todas en las que el creador se mantenía fiel a un modo de hacer y representar, en esta importante exposición Montoto dio rienda suelta a sus angustias existenciales y sociales con obras en las que su visión del mundo se ha ido dramatizando al punto de comunicar al espectador un estado de inquietud intelectual ante la representación visual estampada en cada obra.

El escenario de todas estas pinturas es la ciudad. Una ciudad de grietas, claro-oscuros, puertas cerradas, escaleras sin principio ni fin, en las que la figura humana aparece sólo en sombras o por los objetos que ella crea y la acompañan en la vida cotidiana. Pero lo dramático, casi alarmante de lo estampado en los lienzos, es la sensación de soledad, de desvalimiento, de agresividad contenida y de deterioro indetenible que nos agrede desde cada pieza.

Pienso que la factura detallista y precisa de Montoto alcanza aquí cotas con las que el artista se superó a sí mismo. Pero más que un alarde técnico, la exposición es el reflejo de un estado de ánimo, de una relación con un contexto con el cual Montoto dialoga dolorosamente: porque no hay distancia ni extrañamiento entre el pintor y el mundo reflejado, sino participación, sentido de pertenencia y una dosis patente de angustia. El arte de Montoto deviene entonces un alarido silencioso, un llanto por la deshumanización y el abandono, y un testimonio de un tiempo complejo y difícil del cual el artista, más que testigo o intermediario, es partícipe visceral.

“La lección de pintura”, muestra que coloca a Montoto en una nutrida vanguardia cualitativa de las artes plásticas cubanas, es la evidencia absoluta de una madurez estética y de una visión ética de su universo. 

Ámbitos, presiones, lecciones. Dibujos, grabados, pinturas. Colores, oscuridades, silencios. Drama, dolor, responsabilidad. Maestría, consagración y evolución. El año 2004 en la plástica cubana bien puede tener la firma de Arturo Montoto.